Que China es un país extremadamente poblado es algo que sabe mucha gente, pero al estar aquí sientes realmente que solamente hay una palabra para describirlo todo… masificación.
Vayas a donde vayas hay gente, no importa el día, la hora… incluso en los sitios más turísticos, cuesta distinguir a los extranjeros, porque incluso allí hay centenares de nativos. Es impresionante la sensación. Para mí es algo peculiar, porque en muchas ocasiones tienes ese sentimiento de nostalgia cercano a la soledad, pero a pesar de que lo sientas no estas nunca solo.
Eso se ve muy reflejado en Beijing, con sus casi 18.000.000 de habitantes la inmensidad de las avenidas, la extraordinaria densidad de sus distritos cuya población puede alcanzar fácilmente los 4 millones de personas y es que no hay palabras que puedan describirlo, realmente hay que verlo para que ese sentimiento entre vértigo e impresión te invada por completo cuando allá a donde mires ves nubes de gente e innumerables rascacielos.
Beijing está creciendo desmesuradamente, sobretodo verticalmente. Casi mensualmente se suben rascacielos como de la nada entre los tradicionales hutòngs, por lo que es normal ver una casita adosada entre dos bloques de unas 50 plantas.
Cuando ves todo esto, no extraña el pensar en la política del hijo único que estableció el gobierno a finales de los años 70. Las sanciones por incumplir esta normativa son tan severas que pueden arruinar económicamente a una familia, aun así, algunas de las familias más adineradas pueden permitirse ese coste y tener un segundo o hasta un tercer hijo.
A pesar de esta gran restricción, sus consecuencias todavía no serán visibles hasta dentro de varias décadas más, y hoy en día, China sigue albergando una quinta parte del total de la población mundial.
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